Iniciado el siglo XX en Melilla con una población en alza, con un número de visitantes en continuo incremento, y una expansión urbana que se extendía rápidamente por el llano que ocupaban los antiguos campo de instrucción y huertos de la guarnición, la oferta hostelera se había quedado rezagada. Aparte de unas pocas fondas repartidas por la ciudad y el hotel Colón en el barrio del Polígono, y cuya desmejorada silueta, hoy convertida en viviendas, puede contemplarse en aquel, nada más había que pudiera atender la creciente demanda de alojamiento temporal.
El hotel Colón, fundado como restaurante por el catalán Torres Pubill en 1894 con el nombre de restaurante de Asia, en recuerdo del regimiento del mismo nombre, y refundado con el de Gran Hotel Colón por sus nuevos dueños en 1906, no era suficiente para atender a un público que demandaba unos servicios de mayor calidad.
Por eso, en el naciente barrio del Reina Victoria, con proyecto del comandante de Ingenieros Alejandro Rodríguez Borlado, presentado poco antes de ser destinado a la Comandancia de Ingenieros de Valencia, se comenzó, a finales de 1907, el que en un principio se iba a llamar Hotel Universal y terminó llamándose Hotel Reina Victoria, en sintonía con el nombre del barrio.
El nuevo hotel abrió sus puertas el 31 de octubre de 1908. Siendo un acontecimiento inusual en la ciudad, a la inauguración asistieron los coroneles Benedicto y Axó, de los regimientos Melila 59 y África 68 respectivamente, el teniente coronel Gutiérrez, del Estado Mayor del Gobierno Militar, el secretario de la Junta de Arbitrios señor Mármol, acreditado representante y almacenista establecido en el barrio del Mantelete, el ayudante del general 2º jefe, Antonio Zegrí, hermano del popular fotógrafo del mismo apellido, y Cándido Lobera, propietario y fundador del diario local, así como representaciones de todas las clases sociales, tal como declaraba el propio diario. Amenizó el acto la banda de música del regimiento de Melilla.
Hotel Reina Victoria. Fachada norte (1915)
Servicio a la altura de los más renombrados hoteles, propagaba el nuevo establecimiento, con evidente y disculpable exageración, con amplio y elegante comedor para 100 comensales en el que llamaba la atención el techo, de buen gusto y estilo modernista. La cocina, como no podía ser menos, era la última palabra en su clase. En el piso principal, habitaciones confortables, con mobiliario nuevo -extraña expresión-, timbres y alumbrado eléctrico. Se complementaba con salón de lectura.
El edificio, en aquella fecha, ocupaba la manzana desde Prim a Serrallo, y, como nota distinguida en su publicidad, ofrecía una amplia panorámica sobre el puerto, el Parque Hernández y el Gurugú. Hay que tener en cuenta que en aquella fecha, solamente se había construido algo menos de la mitad del barrio, por lo que quedaba despejado a la vista buena parte del terreno exterior al mismo.
Su momento de mayor demanda lo tuvo pocos meses más tarde, con el inicio de la campaña de 1909. No había en la ciudad suficiente número de pensiones, hospederías y hostales para atender a tanta gente. Por eso hubo que habilitar como alojamiento, dentro del propio hotel, los pasillos y la azotea, con el fin de admitir un mayo número de huéspedes. Goñi, el periodista del diario ABC, con rara suerte, encontró un hueco en el salón-escritorio donde colocar un colchón y una manta, sin almohada ni ningún otro avío. Tanta incomodidad obligaba a decir a Pedro de Répide, de El Liberal, que se encontraba a mediados de agosto en la Restinga, que durmiendo en una tienda y comiendo en el campo se estaba infinitamente mejor que en Hotel Victoria.
Pero si una cosa era el alojamiento otra cosa eran el bar y comedor del hotel, puntos de reunión de toda aquella persona que significara algo en la ciudad. Para Urquijo, de El Globo, el bar del Victoria era el Lyon d’Or de Melilla.
Eugenio Noel (1909)
Del comedor tenemos esta sugerente impresión de Eugenio Noel, voluntario en el Regimiento Inmemorial, aparecida al final de la campaña en uno de sus artículos publicados en el diario España Nueva, precisamente con el título de El comedor del Hotel Victoria.
“Por tres pesetas que os hubiera costado el cubierto, tal vez no comeríais bien; pero, a mediados de noviembre, la libreta de apuntes estaría, como la mía, llena de dibujos, firmas, tipos y frases. El local es muy reducido, la mesa redonda; no se necesita más para intimar pronto. Además, los militares en campaña son muy expansivos. Les dejáis hablar, y sin tirarle de la cuerda os cuentan sus impresiones, os dibujan croquis, os ponen al corriente de las opiniones de sus compañeros, os describen escenas picarescas que os desternillarán de risa y concluyen estrechándoos las dos manos con efusión, un tanto perjudicial, pues suelen apretar de veras. En tiempos de paz su altivez los hace interesantes e infranqueables, y sabido es que la milicia es un sacerdocio, o debe serlo, y nada mejor para engrandecerle que no prodigarse en ociosas tertulias o confidencias alarmantes.
“Difícilmente en la vida se encontrarán de nuevo juntos tantos oficiales, y príncipes, y generales, y jefes, como en esta habitación estrecha, destartalada y corta. A la una no hay un sitio vacío. Excepto Marina, todas las clases del ejército de operaciones han comido en este tugurio con honores de comedor, y no se habrán arrepentido pues ha sido durante toda la campaña una magnífica sala de contratación de valores de guerra. Cuando se perdía algún oficial o jefe en el plano de posiciones, se le encontraba aquí, envuelto en una servilleta, comiendo a dos carrillos y describiéndoos con datos espeluznantes los preliminares de la batalla de Taxdirt. Había siempre representantes de todas las armas. De tal modo que era muy frecuente exclamar: “¿Pero está aquí tu regimiento?”, y ya en antecedentes, sabíais que el regimiento estaba en Nador o en el Had.”
El variopinto ambiente del comedor se confirmaba con la corta descripción que del mismo hizo Colombine (En la guerra…)
“El comedor del Hotel Victoria presentaba un aspecto animadísimo. Una multitud de militares, con trajes de rayadillo, iban de un lado para otro formando pintorescos grupos, en los que jefes y oficiales se confundían con voluntarios aristócratas; de modo que no era raro ver la banda roja de un general entre los sencillos uniformes de elegantes soldados.”
De distinta forma lo veía Ruiz Albéniz, para quien el comedor del Hotel Colón era mucho más simpático que el del Reina Victoria, especie de Ritz de Melilla…El democrático hotel del Polígono era, para el periodista del Diario Universal, más alegre, más divertido que el linajudo Reina Victoria, frases en las que se aprecia una sorna no muy velada.
Terminada la campaña el hotel volvió a su sereno transcurrir anterior.
En marzo de 1910 cambió de propiedad y se hicieron algunas reformas para, al decir de Salvador Guitart, su nuevo propietario, colocarlo a la altura que demandaba la creciente importancia de la ciudad.
No se cuando despareció el hotel y se transformó, como hoy lo está, en viviendas particulares. En 1925 aún funcionaba, con el mismo propietario y con el sonoro nombre de Gran Hotel Reina Victoria. Para entonces otros hoteles se desperdigaban por el espacio urbano de la ciudad.
Estado actual del edificio del antiguo hotel Reina Victoria. Fachada sur (2005)
En las fotos adjuntas vemos al hotel hacia 1915 y su estado actual en una foto de 2005. Comparando ambas fotos vemos que la primera es una engañosa foto del hotel, pues está cambiada su verdadera orientación, ya que el lado izquierdo es en realidad el derecho y este el izquierdo. Por lo demás, el inmueble apenas ha sufrido destacados cambios.
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